Pardo Bazán, la mujer que no conocemos

Hoy conocemos a Emilia Pardo Bazán por Los pazos de Ulloa, por ser una autora naturalista y una escritora del siglo XIX muy prolífica. Pero sin entrar en más detalles. Esto es un retrato muy superficial y simplista de esta mujer. Feminista cuando aún no había llegado el feminismo a España, divorciada cuando aún no se contemplaba el divorcio, cultísima, primera catedrática del país, autora de casi medio centenar de novelas y de tantos cuentos que no sabemos realmente cuántos son; dramaturga, crítica, ensayista, traductora, editora… son otros adjetivos, simples pero efectivos, que se pueden aplicar a la Condesa Pardo Bazán.

Luchó durante toda su vida contra los prejuicios de sus colegas escritores, críticos y lectores. Vivió siempre rodeada de una constante polémica que se puede resumir en ser mujer dentro de un mundo de hombres. Vivió casi setenta años y el machismo solo la venció una vez.

Hemos heredado la visión de doña Emilia que nos vendieron sus enemigos: una mujer petulante, fea, gorda, criticona y sabihonda. Nada más lejos de la realidad, porque tras esa imagen de mujer desagradable tenemos a una persona apasionante, que vivió como quiso y que disfrutó de cada paso del camino.

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Retrato de doña Emilia, 1897.

Emilia Pardo Bazán nació a mediados de septiembre de 1851, en la ciudad de A Coruña. Fue la hija única de un matrimonio acomodado a la que nunca le faltó nada, ni siquiera una biblioteca. Emilia fue muy curiosa desde muy joven, y su padre la animó a aprender. Se sumergió en la literatura desde que aprendió a leer y creció con una educación refinada y católica, propia de una muchacha de su época. Aprendió y estudió por su cuenta, visitó todas las bibliotecas que tenía a mano (públicas y privadas; no dudaba en aprovechar los contactos de su padre) y se convirtió en una joven inquieta, curiosa e insaciable de conocimiento. Así como alcanzó la edad, empezó a frecuentar las reuniones sociales de A Coruña y descubrió que no le gustaba quedarse al margen de los temas de conversación. Así que, cuando los temas se le escapaban, los investigaba y estudiaba hasta poder aportar al debate.

Desde joven fue consciente de que por ser mujer no podría entrar en la Universidad y jamás quiso renunciar a su identidad para conseguir la entrada: Concepción Arenal, amiga suya, por aquel entonces se hacía pasar por hombre, y ella decidió que no lo haría así. De modo que tuvo que ser autodidacta. Devoró a los filósofos sin descanso y acabó estudiando botánica, física, química, historia, geografía, mineralogía, astronomía, derecho, fisiología, metafísica, teología… Primero su padre y luego su marido la alentaban, y el conde le suministraba muchos de los libros que ella pedía. Llegó a clausurarse en un convento durante un breve tiempo, para poder dedicarse enteramente al estudio.

A pesar de sumergirse en todos estos campos, Emilia siempre tuvo predilección por la literatura. Antes de atreverse a escribir, leyó, leyó muchísimo. El Romanticismo, la corriente que triunfaba durante su juventud, no acababa de satisfacerla; pero así como descubrió el Realismo, y luego el Naturalismo, se entregó de manera pasional a su lectura y a su escritura. Leyó todo lo que cayó en sus manos y le gustaba estar al día de lo que ocurría por Europa. Como no esperaba a las traducciones y, sobre todo, criticaba lo que perdía un texto al traducirse, estudió lenguas para poder leer en versión original. Terminó hablando inglés, francés, alemán e italiano. No he encontrado ninguna afirmación que lo sustente, pero conociendo todo lo que hizo por difundir la literatura rusa en España, probablemente ruso también.

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Velada en la casa de doña Emilia (centro) en Madrid. Fecha incierta.

Sacando su interés desmesurado por el estudio, tuvo una juventud bastante normal para una mujer de su época. Se casó a los 16 años con José Quiroga y Pérez Deza, también de familia noble. Se mudaron a Madrid y tuvieron tres hijos.

A pesar de que se dice que era un matrimonio armonioso y no hubo problemas entre ambos, apenas una década después descubrió que no podía llevar una vida familiar. Doña Emilia y José Quiroga se separaron de manera amistosa y de mutuo acuerdo, casi 50 años antes de que se legalizase el divorcio en España por primera vez. Llegaron a un acuerdo que no dañaría la imagen familiar: vivirían separados, acordarían la educación de sus hijos y se mostrarían en público en ocasiones señaladas. Este acuerdo les funcionó durante el resto de sus vidas.

Tras la separación, doña Emilia desató su vida social y profesional. Sin cargas familiares, viajó por toda Europa como corresponsal para los periódicos y revistas para las que trabajaba: siempre en movimiento, siempre en el centro de la noticia. Gracias a ello estaba al tanto de lo que estaba pasando fuera de España (literaria y políticamente; tenía gran interés por el feminismo) y se relacionó con los personajes más importantes de su época. Pasaba la temporada cálida en Meirás (perteneciente entonces a su familia, en Sada, A Coruña) y la fría en Madrid, rodeada de los grandes intelectuales del momento. Le gustaba conocer escritores y estar en el epicentro cultural, a pesar de que en sus memorias relata que más de una vez se sintió decepcionada porque la persona que admiraba no llegaba al nivel intelectual que había supuesto.

Doña Emilia era erudita e intransigente: no tenía problemas en desvelar y avergonzar a plagiadores y a ignorantes. Nos han llegado anécdotas de reuniones sociales en el Pazo, en las que conocidos recitaban poemas clásicos como propios y doña Emilia no dudaba en corregirlos y exponerlos frente al resto de los presentes. Nos dice Carmen Bravo-Villasante, su mayor biógrafa:

«La gente empieza a considerarla un fenómeno, como un caso excepcional en su sexo y todos acatan su sabiduría (…) Sabe de todo, opina de todo y mantiene su criterio razonándolo contra cualquier refutación».

Tuvo una vida marcada por la polémica, con el foco de atención puesto sobre ella. Era una mujer que se movía en un mundo de hombres: muchos compañeros no lo aceptaban y la prensa lo utilizaba en su contra. Pero Emilia era una mujer independiente, al margen del legado de su familia, que se ganó la vida por su cuenta trabajando, consagrada al periodismo y la literatura, sacando adelante cada poco tiempo proyectos nuevos y dedicándose a lo que le apasionaba.

Siempre se mantuvo activa, escribiendo sin parar. Sus columnas y reportajes trataban de literatura, arte, cultura, política y actualidad. Fundó revistas y organizó ciclos de conferencias. Tradujo a autores extranjeros y editó. Ella sola componía la revista Teatro Crítico, una publicación mensual de unas cien páginas que escribía, corregía y editaba en solitario, con la intención de resumir toda la actividad cultural nacional e internacional. Y compaginaba todo esto con su creación literaria, de la que hablaremos más adelante.

Pero, antes de adentrarnos en una vida de controversias y logros, quiero detenerme en una parte de su vida que estuvo oculta para sus contemporáneos, pero que ahora nos permite conocer a la Emilia más delicada, más romántica, apasionada y pasional: sus cartas.

Además de las memorias que escribió ella, a doña Emilia la conocemos por sus cartas. Escribía y recibía muchísimas. Podemos leer que, pese a que estaba separada, siempre tuvo cuidado de no hacer daño a su marido ni poner en duda la honra de su familia. Procuraba no abrir polémicas y evitaba las provocaciones con las que la bombardeaban sus enemigos y los medios.

Conservamos muchísimas de esas cartas. Pero, dentro de toda esa correspondencia, tengo que destacar las que revelan la relación secreta que mantuvo con Benito Pérez Galdós durante años.

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A la izquierda, Benito Pérez Galdós, a la derecha, doña Emilia Pardo Bazán.

Sabemos que ella lo admiraba desde hacía mucho tiempo. Se conocían y mantenían una relación de amistad; coincidían en las reuniones sociales de Madrid y, al ser críticos literarios, habían trabajado en los mismos medios y conocían bien la obra del otro. Aunque parece que se carteaban desde 1881, esta relación se estrechó en 1887, cinco años después de separarse de su marido, cuando él le mostró Madrid como excusa para documentar las novelas de ambos. Conocemos cómo se desarrolla la relación (larga, tormentosa a veces, cuya cronología podemos relacionar en ocasiones con alguna de las novelas de ambos) gracias a las cartas que doña Emilia le enviaba a él, porque no dejaron constancia de ella en ningún otro lugar. Puesto que Emilia estaba separada de su marido, pero no divorciada como tal ni de manera pública, prefirieron verse a escondidas. Galdós nunca se casó y llevó todas sus relaciones de manera discreta.

Hoy en día tenemos acceso a estas cartas, datadas alrededor de 1889, porque parte están recogidas en las biografías de Carmen Bravo-Villasante sobre doña Emilia. Pero, hasta ahora, la recopilación más completa la podemos leer en Miquiño Mío, de Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández, editada en 2013. No conservamos (o todavía no hemos descubierto) las cartas que Galdós le escribió a ella.

En sus cartas, podemos ver en detalle el tremendo cariño y ternura que siente hacia él. En una de ellas le confiesa:

«Hemos realizado un sueño, miquiño adorado: un sueño bonito, un sueño fantástico que a los 30 años yo no creía posible».

Doña Emilia le escribe a Galdós en un tono y unos términos que hubiesen escandalizado a todo el país de haberse descubierto:

«Te aplastaré… Te morderé un carrillito, o tu hocico ilustre… Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote… Te daré a besar mi escultural geta gallega… (…) Te beso un millón de veces el pelo, los ojos, la boca y el pescuezo».

Ella misma, en una de las cartas, le recuerda a Galdós un arrebato de pasión entre los dos, en pleno centro de Madrid, en un carruaje, en el que doña Emilia perdió (literalmente) las bragas en la Castellana.

«Siempre me he reprimido algo contigo por miedo a causarte daño físico, a alterar tu querida salud… (…) Sí, yo me acuesto contigo, y me acostaré siempre, y, si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria, y si no, también muy bien… Ante la moral oficial, no tengo defensa, pero tú y yo se me figura que vamos un poco para nihilistas en eso. Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas».

La relación terminó cuando doña Emilia, de viaje por trabajo, mantuvo una relación esporádica con otro escritor. Llegó a oídos de Galdós, que le reprochó la infidelidad, y ella, en vez de excusarse, le plantó cara a su error y escribió unas de las líneas más tristes que podía escribir:

«Después de la confesión que encierra mi carta no creíste que mereciera la dicha de verte y hablarte y pedirte perdón una vez más. Si esto es así, bien me duele, pero no me quejo; he merecido tu cólera, tu desdén, tu indiferencia; lo merezco todo, y sin embargo, te quiero, te quiero, te quiero.»

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Doña Emilia (a la derecha) invita a café a conocidos. Fecha incierta.

Aunque esta relación con Galdós fue un secreto para sus compañeros, la vida de Emilia estuvo siempre rodeada de polémica. La primera de todas se desató al presentar un género nuevo, el Naturalismo, a los literatos españoles. Doña Emilia reconoció la pasión que sentía por esta manera de tratar la literatura y reflejar el mundo desde la primera vez que supo de su existencia. Para poder traer el género a España, fue a Francia a hablar con Émile Zola, fundador y uno de los grandes representantes del Naturalismo. Luego lo adaptó a la sociedad española y le dio forma a La cuestión palpitante, una recopilación de artículos sobre el tema.

El Naturalismo es la manera más cruda de reflejar la realidad. Coge el Realismo y lo vuelve desagradable: considera que no hay redención para el hombre, malo por naturaleza, que sufre por causa de sus acciones; el hombre no tiene salvación. En las obras naturalistas encontramos pobreza, tristeza, miseria y enfermedad. No hay una buena acción que redima a los personajes, no hay un destino que los salve de sus problemas. Los contemporáneos de doña Emilia no tardaron en llevarse las manos a la cabeza. Decía Luis Alfonso:

«¿Cómo una buena madre de familia, esposa y dama honesta puede ser naturalista? (…) No solo el asunto es cuestionable, sino la misma autora».

Doña Emilia había cruzado la línea de lo tolerable. La prensa y las reuniones de intelectuales se alborotaron por su atrevimiento.

Otra de las grandes polémicas que hubo en su vida fue su intento de ingresar en la Real Academia de la Lengua Española. Cuando en 1892 quedó una plaza libre (que terminó ocupando Francisco Asenjo Barbieri), ella se postuló para ocuparla. No había ninguna norma que prohibiese la entrada de mujeres, pero acababan de rechazar a Avellaneda. Así que, cuando la dejaron fuera, doña Emilia le escribió a Avellaneda dos cartas irónicas hacia los académicos y el juicio de los hombres. Ahora sabemos que fue Juan Valera quien le cerró las puertas de la Academia, pues argumentó, bajo el pseudónimo de Eleuterio Filogino («amante de las mujeres»), en el folleto «Las mujeres y las Academias», que las mujeres tenían impedimentos para desempeñar un buen trabajo como académicas debido a las semanas de baja durante el embarazo y la lactancia. Emilia por aquel entonces tenía cuarenta y un años y su hijo menor, once. Sin embargo, los folletos convencieron a los académicos y la rechazaron.

Poco después las cartas que ella había escrito a Avellaneda cayeron en manos de la prensa y la polémica se convirtió en debate nacional.

De nuevo, Carmen Bravo-Villasante nos recuerda otra de las anécdotas en las que doña Emilia no se deja amedrentar durante un enfrentamiento:

«(…) el día de la recepción de Barbieri en la Academia, a causa del exceso de público muchas señoras estén de pie, y Valera muy fino les diga «Como no han venido algunos académicos y hay sillones vacíos, pueden ustedes ocuparlos para su mayor comodidad», la Pardo Bazán contesta: «Gracias, don Juan. Ya nos sentaremos en ellos algún día las mujeres por derecho propio»».

Tendrían que pasar ochenta y seis años para que la primera mujer ocupase un asiento: Carmen Conde, en 1978.

Estas son solo un par de anécdotas, pero hubo una época en la que todo lo que hacía (o no hacía) y todo lo que escribía o dejaba de escribir era un escándalo público. Hubo escritores como Juan Valera o Pereda (y, durante un breve tiempo, Clarín también) que le pusieron todos los impedimentos que pudieron y la criticaron hasta el absurdo. La polémica acompañó a doña Emilia desde su primera publicación hasta la última.

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Doña Emilia y su máquina de escribir. 1910, aproximadamente.

La obra de doña Emilia es gigantesca, la mayor parte de ella adscrita al Naturalismo o a géneros realistas. Cultivó todos los géneros: novela, cuento, teatro, ensayo, opinión, crónica… Su obra es inabarcable, y no es una exageración: cuenta con más de dos mil artículos periodísticos, más de cincuenta novelas y aún está por determinar el número de cuentos.

Cuando planteé hacer este trabajo, quise hacerlo bajo la excusa de reivindicarla como una autora de género fantástico. Pero pronto vi que hacer una clasificación (no solo temática, sino de cualquier tipo) de sus cuentos es imposible: está aceptado que ha escrito más de seiscientos cuentos; algunos apuran hasta los mil. No sabemos cuántos con exactitud, y el número no deja de crecer: a cada poco aparecen cuentos nuevos en revistas, cartas, cajones… Doña Emilia escribía muchísimo y enviaba sus textos a publicaciones y amigos de todo el mundo. Han aparecido cuentos hasta en diarios de Argentina y Filipinas.

Ya que no se puede hacer una clasificación exhaustiva, nos conformaremos con hablar a grandes rasgos de su producción.

La fantasía aparece en alguno de sus cuentos, en diferentes grados y tratamientos. No es un tema principal, pero tampoco es anecdótico. Algunos críticos atribuyen el interés de doña Emilia por lo fantástico a la tradición romántica, aunque personalmente me parece una visión bastante simplista; aunque en algunos cuentos la influencia romántica es innegable, esta explicación se queda corta.

En los relatos fantásticos que tenemos localizados hasta la fecha, doña Emilia no crea mundos ni criaturas, ni escribe historias puramente fantásticas. En la mayor parte de ellos, tenemos elementos sobrenaturales que entran en el mundo real: muchos, además, tienen una ambientación de terror u horror. La muerte aparece de manera recurrente con forma de mujer («La madrina», «Las dos vengadoras»). Sí tenemos ambientes románticos con presencia de la muerte o muertos, con adivinos, predicciones («Los zapatos viejos»), algunos objetos con propiedades mágicas («La lima», «El brasileño») e incluso la presencia del demonio y de posesiones («El conjunto», «El rival»). Muchos de sus cuentos sobrenaturales están protagonizados por locos, que son narradores no fiables con los que doña Emilia puede jugar con los niveles narrativos, la complejidad de la construcción y los giros argumentales. Cuentos de este tipo son «La calavera», «El esqueleto» o «Eximente».

También escribió varios cuentos ambiguos, como «Tiempo de ánimas», «La máscara» o «El antepasado», en los que los críticos no se ponen de acuerdo si son fantásticos o no. Doña Emilia juega con el lector: construye los cuentos de manera ambigua y les ofrece una explicación realista y otra sobrenatural. El lector tiene que elegir qué versión prefiere.

En La Nave Invisible ya hablamos de los cuentos de la serie de Fantasía, aunque no son los únicos cuentos en los que introduce los misterios y milagros religiosos.

La mayor parte de sus cuentos los podemos inscribir dentro del terror. Sin embargo, he encontrado un par de pinceladas de ciencia ficción: uno de sus cuentos (de los pocos que hay estudiados en este sentido), «La cabeza a componer», y su primera novela publicada, Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina. En ambos, encontramos a un científico (médicos) que intenta ir más allá de los límites reales de la ciencia e investiga nuevas técnicas de maneras, a veces, poco éticas o habituales.

No hay una constante en sus cuentos y no hay dos siquiera parecidos. Encontramos una gran variedad de temas, de tonos; los hay dramáticos, irónicos y trágicos. Los narradores y la construcción de los narradores también varían de uno a otro. Tenemos elementos macabros, terroríficos, tétricos, satánicos, decadentistas… con inspiración romántica, modernista e incluso naturalista. Y esto solo dentro de la pequeña fracción que hay estudiada teniendo en cuenta este aspecto. Con tiempo y recursos, probablemente encontremos muchísimos más relatos de género.

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Doña Emilia con un grupo de intelectuales. Fecha incierta.

Hubo una época en la que prácticamente todo lo que escribía era examinado con lupa, pero doña Emilia siempre siguió adelante. Como vieron cuando era joven, Emilia era una mujer de fuertes convicciones a quien las críticas no le molestaban ni afectaban. Su vida está llena de hitos: no consiguió entrar en la RAE, pero marcó la historia del Ateneo de Madrid como Presidenta de la sección de literatura, y dedicó todos sus esfuerzos a trabajar para la institución. Allí entró en un frenesí de proyectos que le hacían pasar los días encerrada en el edificio, trabajando con su máquina de escribir. Organizó conferencias, homenajes, publicaciones, reuniones… Fue un momento de su vida en el que se sentía capaz de todo: por una vez, le dieron facilidades para desarrollar el trabajo que quería y tenía una posición que le permitía llevarlo a cabo.

También fue la primera catedrática de España. Se firmó un decreto que permitía a las mujeres ocupar cargos públicos y el ministro Julio Burrell creó el puesto ex profeso para ella, consciente de que, aunque fuese la mejor para ocuparlo, por oposición jamás se lo concederían. Emilia fue catedrática de Lenguas Neolatinas de la Universidad Central y ocupó su plaza a pesar de las fuertes críticas de parte del profesorado.

Sin embargo, sus clases no eran obligatorias. El primer día asistieron muchísimos alumnos, probablemente atraídos por la curiosidad y el morbo, pero fueron disminuyendo poco a poco, influidos por la presión de otros profesores y compañeros, hasta que doña Emilia se quedó sola dando clase. Nos cuenta su biógrafa que el bedel del edificio, un señor mayor, opinaba que dejar que esa cátedra se extinguiese por falta de asistentes sería una vergüenza nacional, y se ocupó personalmente de asistir a todas las lecciones. Así, doña Emilia pudo alargar su estancia en la Universidad unos meses. El día que el bedel falleció, se quedó sin oyentes y se destruyó la cátedra, obligándola a abandonar la Universidad.

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Retrato de doña Emilia usado para ilustrar sus novelas.

Emilia Pardo Bazán falleció el 12 de mayo de 1921, después de una rápida enfermedad.

Empecé esta investigación para reivindicar a doña Emilia Pardo Bazán como una autora de género. Después de ver que su obra es inabarcable y necesita años, y no meses, de estudio, me conformo con reivindicarla a ella, sin más. Doña Emilia fue una mujer subestimada por sus contemporáneos, trabajadora, cultísima y poderosa. Son muchísimos más sus logros que sus fracasos, y sin su labor divulgadora de las actividades culturales que estaban teniendo lugar en Europa, la España de su época no hubiese sido la misma; nuestra España no sería la misma.

Doña Emilia sí escribió género. Pero hizo muchísimas cosas más. A pesar de ello, nos ha llegado una imagen desfigurada y disminuida de su legado; queremos darle el reconocimiento que merece.

Bibliografía:

Muchas gracias a Lola Robles por ayudarme a localizar parte de su obra fantástica.

Amorós, Andrés. «La libertad erótica de Pardo Bazán y Pérez Galdós». (2014, 21 de junio), ABC. Consultado el 20 de octubre de 2016
Bravo-Villasante, Carmen. (1973). Vida y obra de Emilia Pardo Bazán. Colección Novelas y Cuentos. Madrid.
Parreño, Isabel y Juan Manuel Hernández. (2003). Miquiño Mío. Turner. Madrid.
Penas, Ermitas. (2001) Fantasía en algunos cuentos de E. Pardo Bazán. En Sobre literatura fantástica. Homenaxe ó profesor Antón Risco (pp. 153-184). Universidad de Vigo. Vigo.

Laura Huelin
Laura Huelin (Reseñas/Investigación): Licenciada en Filología harta del canon literario y los géneros sociales. Me aburren los mundos realistas y me apasiona la ciencia ficción y el apocalipsis. Me encanta investigar, aprender y conocer. Podcaster en Los cuatro navegantes.
Podcast.

10 respuestas a «Pardo Bazán, la mujer que no conocemos»

    1. ¡Me alegro de que te haya gustado! La vida y obra de Pardo Bazán es muy interesante y demasiado extensa para comentarla toda aquí, pero por algo tenemos que empear.
      ¡Un saludo!

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  1. De Emilia sólo cabe enamorarse… Si me permites una recomendación, consigue la biografía que sobre ella hizo Eva Acosta. Para mi gusto la mejor, aunque la más completa quizá sea la Faus Sevilla. Gracias por escribir un artículo tan bueno sobre una mujer y una escritora tan grande.

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  2. Tenía pendiente este artículo desde hacía un tiempo y me arrepiento de no haberlo leído antes. No solo está bien redactado, sino que es muy completo. Me da vergüenza saber tan poco de Emilia, así que no puedo más que dar las gracias por hacer este artículo y por todas las referencias que hay en el mismo. Así podré leer más sobre y ella y leerla a ella, claro.

    Muchas gracias de nuevo y, me reitero, un magnífico artículo.

    Atte. Rika~

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  3. Lo de la universidad me ha roto el corazón. Qué triste, qué rabia y qué asco que algo tan vergonzoso pasara. Qué enviodosos, obtusos y miserables tuvieron que ser los culpables de que se quedara sin alumnos.

    Gracias por el escribir un artículo como este, procedo a compartirlo por todos lados.

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  4. Este artículo ha sido maravilloso. De verdad, gracias por el trabajazo que te ha debido llevar. Lo tenía en pendientes desde que decidí apuntarme a tu iniciativa #RecordandoADoñaEmilia, porque cierto es que yo no sabía absolutamente nada de ella. Me sonaba su nombre y poco más. Este artículo me ha abierto un mundo a su alrededor y he acabado completamente fascinada y deseosa de leer el primero de los cuentos que me enviaste para la iniciativa.

    He ido haciendo este hilo en twitter con las partes que más me han fascinado de tu artículo. Te lo dejo aquí por no repetirme. Ha sido muy ilustrativo, de verdad. Gracias por el trabajo que estás haciendo. Esta entrada vale oro.

    Un beso.

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